Thursday, July 1, 2010

Cautivos en el epicentro de la libertad


Granada, 16 de Mayo de 2010

Aunque no puedo ejercer un juicio de valor acerca de la gente comprometida con una causa o ideología, debo confesar que me parece un tanto ingenuo el ser un comprometido. Cabe aclarar que esta afirmación es relevante exclusivamente al mundo de hoy en día, puesto que en el pasado era algo fantástico y necesario el estar comprometido con la causa. Si no, ¿qué sería de Miguel Hernández o de Antonio Machado? Y ¿qué sería de nosotros sin aquellos poetas comprometidos? Con esto estoy muy de acuerdo, al igual que soy muy consciente de la obsesión del ser humano por validarse en experiencias pasadas. De manera que, el comportamiento humano en la actualidad es un mero reflejo del comportamiento pasado y es por eso que a lo largo de milenios seguimos estancados con los mismos problemas que surgieron en el momento que dos hombres se miraron a los ojos. El hombre es un ser esencialmente inseguro, que no se atreve a pisar en el vacío por la prejuiciosa idea de que va a caer. El caso es que de una manera u otra podemos rastrear casi todos los problemas actuales en la historia. Sin embargo este humilde comentario no se trata de la redundancia del hombre, sino de la obsesiva necesidad del hombre de comprometerse con una causa y de ser juez ignorando su condición de parte y de culpable.

No quiero que esto se confunda con una crítica a quien se compromete. Para nada. De hecho creo que es muy necesario el que haya gente que dedica su vida a ciertas causas institucionales o ideológicas. Lo que critico, y con la mayor firmeza, es a quien critica al que no se compromete, al que no puede separar su percepción, así sea ilusoriamente y con fines empáticos, de su paupérrimo ser, a quien todavía no ha entendido que es paupérrimo y que jamás será nada más, como tú y como yo. Critico a quien no se da cuenta de que no importa cuántas cabezas corte, ni cuántas condecoraciones acumule, ni cuántos laureles le adornen la cabeza, nunca será nada más que un hombre o una mujer. Hasta ahora puede ser que, si es que hay alguien todavía leyendo, algunos librepensadores aun estén de mi lado, pero esto no se trata de tomar lados y como siempre tengo que ir, sin premeditación y en contra de mis deseos, en contra de la moda, me veo obligado a tocar un ejemplo que seguramente hinche las caras de mis amigos, haga reír a mis enemigos y quizás, en algún lejano momento en medio de una soledad quirúrgica, alguno se atreva a aceptar que todos los carteles de amistad o enemistad fueron absolutamente fútiles y arbitrarios. Aquí va el eje de mi comentario y el dicotómico ejemplo:
Veo muchos jóvenes de izquierdas, porque se debe ser de izquierdas. ¿Porque cómo vas a ser fascista, porque cómo vas a ser católico, porque cómo te van a gustar los toros? Eso sí, que quede muy claro que aquí no se hablará ni de política, ni de religión, ni de toros. A lo que voy es que curiosamente jamás he visto una mente más atada, entumecida y atrofiada que la del librepensador del siglo XXI. Primero por la obsesión de seguirse comprometiendo con instituciones políticas marchitas e incomprometibles, y peor aún, desde aquel trono criticar otras instituciones calificándolas de incomprometibles. Esta obsesión por el compromiso ideológico muestra una patética melancolía por un mundo que, aunque parezca que fue tanto mejor, no existió, por lo menos de la manera que lo concebimos hoy. Voy a ser mucho más conciso, aunque creo que soy bastante específico: un grupo de chicos, inteligentes, estudiantes de políticas, gallardos, de izquierdas, parlanchines… Los interrogo mucho, ya que siempre he tenido una profunda fascinación por las respuestas en coro. Y de aquella manera, libres y en coro, me responden un discurso sobre la libertad y sobre la opresión. A mí me parece una ironía tremenda, pero a ellos no. A ellos les parece que la ironía es la derecha, o Iglesia o el Opus Dei. Jamás son capaces de ver que son culpables de exactamente los mismos pecados. “¡Pero yo no violo a niños!” dice uno, guapo, con el pelo brillante, camisa de lino y ojos que poco a poco merman su hambre de sabiduría y se validan en ideologías prefabricadas. Eso también es muy relativo, ya que la curia no se ha reservado el derecho exclusivo de abusar a niños y que no los abusan más que cualquier otro grupo que está en contacto con aquellos indefensos y tentativos ojos.

También he estado muy en contacto con los que se autodenominan hippies del siglo XXI. Curiosamente me he encontrado con la gente más intransigente que jamás he conocido. Se han obsesionado tanto con una ideología y tan poco han leído de la otra orilla que juzgan todo lo que no es una extravagancia. Todo lo que no suene a peculiaridad es un síntoma de conformismo y apatía, y ahí tenemos otra vez un caso de encierro en el concepto de libertad. Puedo ponerme a dar ejemplos de muchísimos casos, pero este comentario se haría más largo y tedioso de lo que ya es, así que espero que en lugar de afilar su dedo para acribillarme con juicios, el lector sea suficientemente cándido como para ver hacia donde apunto con este ejemplo. Quiero también aclarar que he puesto estos dos ejemplos, por la simple razón de que a otros grupos ya se los ha atacado muchísimo y que me parece curioso que en estos casos el juez es el culpable. Esta no es una crítica a los distintos puntos de vista ni a nadie en concreto, sino a la crónica incapacidad humana de ver que cada uno es culpable de lo que culpa.

Por esta razón es que es muy difícil que funcione un sistema judicial, ya que somos culpables señalando a culpables en un círculo vicioso e infinito. Pero también debo reconocer que no tengo un antídoto ni creo que el antídoto exista, entonces no me molesta que el sistema judicial siga en vigencia, aunque sí se debería tener la conciencia de que no es ni se acerca a una verdad absoluta.
Si es que fuera a tomar parte de una orilla, en este tiempo y espacio, aunque seguramente en otros también, debo decir que el grupo más atacado de hoy en día, la Iglesia Católica, jueza y culpable, al igual que todos los héroes y canallas, es la mayor víctima de esta arbitrariedad y ceguera del hombre. Es muy simple. Para aprovechar de la inexhaustibilidad que nos ofrece este mundo es necesario liberarse de los prejuicios, incluso de los prejuicios de libertad. Y espero también que se vea que este texto va muchísimo más allá de proselitismos o de compromisos, que no es más que un comentario sobre un aspecto de la condición humana del cual todos deberíamos tener consciencia. Todos condenamos la ficción pero vivimos en ella y es imposible que esto cambie, así que mi mayor pretensión con este texto es que tal vez algún lejano lector sonría en complicidad y sepa que escribo no por ser comprometido con ninguna idea, sino porque a pesar de mis previos intentos y alaridos, estoy inevitablemente comprometido con el solo hecho de ser hombre, paupérrimo y contradictorio hombre.

Por Enrique Pallares H.

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