Wednesday, September 21, 2011

A propósito de la inminente visita de Rafael Correa a la ciudad de Nueva York



Hoy escribo de luto, escribo para confesar una pena por adelantado. El asunto es que el presidente ecuatoriano, Rafael Correa, estará en Nueva York el día 23 de septiembre del presente año. El motivo de su visita a la ex-capital económica del mundo es para departir dos conferencias sobre el mismo tema, una en la Universidad de Columbia y otra en The New School University. La ponencia tiene como título “Vulnerable Societies: Media and Democracy in Latin America” (Sociedades vulnerables: los medios y la democracia en América Latina). Este tema puede parecer irrelevante para algunos, admirable para otros, cómico para unos pocos e indignante para los dos o tres que le deben sumas millonarias de dinero al susodicho; sin embargo, para mí es un evento importantísimo, casi un objeto de fetiche.

Sin embargo, esta visita en si no es lo que causa mi agravio. Sucede que, por razones que van más allá de lo pertinente a este artículo, vivo en Nueva York desde hace unos años y soy asiduo seguidor (con las limitaciones de la distancia) de los movimientos de la política ecuatoriana. Ahora, como es sabido, Nueva York es una ciudad extremadamente cara y uno tiene que trabajar, como latino, para poder subsistir. Este es el origen de mi luto: por culpa del trabajo no voy a poder asistir a semejante evento, a semejante ditirambo a la democracia y libertad de expresión. Más aún, me carcome por dentro el no poder presenciar en vivo el discurso del altivo mandatario ecuatoriano, el no poder ser testigo de la sensatez con la que hablará sobre la democracia desde su cómodo trono entumecido por los despóticos intercambios de insultos y abusos de poder que se cometen puertas adentro.

Les tengo que confesar, seguramente por puro exhibicionismo, que estos últimos dos días me he pasado soñando, sacando mi cuadernito de cuero y escribiendo todas las preguntas que le haría a mi presidente si pudiera ir a verle. Más bien dicho, me he pasado tratando de formular, sin suerte, la pregunta perfecta: ¿Cómo puede ser, astuto señor presidente, que viene usted al epicentro del imperio, a la capital económica del país que alucinó a Tocqueville, al eje de la sociedad en la que habla cualquiera sin miedo y el que calla lo hace por placer, a dar cátedra sobre la democracia? ¿Cómo puede ser que usted, quien se enorgullece de su altivez, nos viene a hablar de vulnerabilidad, que usted, infalible capataz y héroe de mano dura, nos viene a instruir en el sublime arte del debate educado y la harmonía? ¿Cómo puede ser que usted, que aunque lleno de cualidades, cortés y cándido no es, viene a iluminarnos sobre la sutil virtud de la democracia? No sé, la verdad que no sé qué le preguntaría al presidente…

Me doy cuenta de que una pregunta no alcanzaría para nada; me doy cuenta de que lo único que me satisficiera, por lo menos en el ámbito personal, es un debate de lógica, un enfrentamiento en el que un grupo selecto de ecuatorianos (longos y pelucones) pudiéramos sentarnos frente al presidente para pedirle consistencia ideológica, para pedirle que nos explique su visión sin atentar contra sus propias convicciones ni caer en ingenuas contradicciones. Sin embargo, nada de esto va a pasar…

Pero eso sí, ¡cómo voy a seguir soñando! Y el viernes, detrás de mi computadora y mis montañas de papel, voy a pasar el día fabricando encuentros imaginarios con el mandatario de ojos claros. Voy a pasar las horas ejercitando el furtivo gusto de la fantasía, el placer de poder hacerle una sola pregunta, desde el ojo de este huracán de contradicciones, al héroe de nuestra querida sociedad vulnerable, al salvador de la democracia.

Enrique Pallares H

Nueva York, 21 de septiembre de 2011

Thursday, July 1, 2010

Cautivos en el epicentro de la libertad


Granada, 16 de Mayo de 2010

Aunque no puedo ejercer un juicio de valor acerca de la gente comprometida con una causa o ideología, debo confesar que me parece un tanto ingenuo el ser un comprometido. Cabe aclarar que esta afirmación es relevante exclusivamente al mundo de hoy en día, puesto que en el pasado era algo fantástico y necesario el estar comprometido con la causa. Si no, ¿qué sería de Miguel Hernández o de Antonio Machado? Y ¿qué sería de nosotros sin aquellos poetas comprometidos? Con esto estoy muy de acuerdo, al igual que soy muy consciente de la obsesión del ser humano por validarse en experiencias pasadas. De manera que, el comportamiento humano en la actualidad es un mero reflejo del comportamiento pasado y es por eso que a lo largo de milenios seguimos estancados con los mismos problemas que surgieron en el momento que dos hombres se miraron a los ojos. El hombre es un ser esencialmente inseguro, que no se atreve a pisar en el vacío por la prejuiciosa idea de que va a caer. El caso es que de una manera u otra podemos rastrear casi todos los problemas actuales en la historia. Sin embargo este humilde comentario no se trata de la redundancia del hombre, sino de la obsesiva necesidad del hombre de comprometerse con una causa y de ser juez ignorando su condición de parte y de culpable.

No quiero que esto se confunda con una crítica a quien se compromete. Para nada. De hecho creo que es muy necesario el que haya gente que dedica su vida a ciertas causas institucionales o ideológicas. Lo que critico, y con la mayor firmeza, es a quien critica al que no se compromete, al que no puede separar su percepción, así sea ilusoriamente y con fines empáticos, de su paupérrimo ser, a quien todavía no ha entendido que es paupérrimo y que jamás será nada más, como tú y como yo. Critico a quien no se da cuenta de que no importa cuántas cabezas corte, ni cuántas condecoraciones acumule, ni cuántos laureles le adornen la cabeza, nunca será nada más que un hombre o una mujer. Hasta ahora puede ser que, si es que hay alguien todavía leyendo, algunos librepensadores aun estén de mi lado, pero esto no se trata de tomar lados y como siempre tengo que ir, sin premeditación y en contra de mis deseos, en contra de la moda, me veo obligado a tocar un ejemplo que seguramente hinche las caras de mis amigos, haga reír a mis enemigos y quizás, en algún lejano momento en medio de una soledad quirúrgica, alguno se atreva a aceptar que todos los carteles de amistad o enemistad fueron absolutamente fútiles y arbitrarios. Aquí va el eje de mi comentario y el dicotómico ejemplo:
Veo muchos jóvenes de izquierdas, porque se debe ser de izquierdas. ¿Porque cómo vas a ser fascista, porque cómo vas a ser católico, porque cómo te van a gustar los toros? Eso sí, que quede muy claro que aquí no se hablará ni de política, ni de religión, ni de toros. A lo que voy es que curiosamente jamás he visto una mente más atada, entumecida y atrofiada que la del librepensador del siglo XXI. Primero por la obsesión de seguirse comprometiendo con instituciones políticas marchitas e incomprometibles, y peor aún, desde aquel trono criticar otras instituciones calificándolas de incomprometibles. Esta obsesión por el compromiso ideológico muestra una patética melancolía por un mundo que, aunque parezca que fue tanto mejor, no existió, por lo menos de la manera que lo concebimos hoy. Voy a ser mucho más conciso, aunque creo que soy bastante específico: un grupo de chicos, inteligentes, estudiantes de políticas, gallardos, de izquierdas, parlanchines… Los interrogo mucho, ya que siempre he tenido una profunda fascinación por las respuestas en coro. Y de aquella manera, libres y en coro, me responden un discurso sobre la libertad y sobre la opresión. A mí me parece una ironía tremenda, pero a ellos no. A ellos les parece que la ironía es la derecha, o Iglesia o el Opus Dei. Jamás son capaces de ver que son culpables de exactamente los mismos pecados. “¡Pero yo no violo a niños!” dice uno, guapo, con el pelo brillante, camisa de lino y ojos que poco a poco merman su hambre de sabiduría y se validan en ideologías prefabricadas. Eso también es muy relativo, ya que la curia no se ha reservado el derecho exclusivo de abusar a niños y que no los abusan más que cualquier otro grupo que está en contacto con aquellos indefensos y tentativos ojos.

También he estado muy en contacto con los que se autodenominan hippies del siglo XXI. Curiosamente me he encontrado con la gente más intransigente que jamás he conocido. Se han obsesionado tanto con una ideología y tan poco han leído de la otra orilla que juzgan todo lo que no es una extravagancia. Todo lo que no suene a peculiaridad es un síntoma de conformismo y apatía, y ahí tenemos otra vez un caso de encierro en el concepto de libertad. Puedo ponerme a dar ejemplos de muchísimos casos, pero este comentario se haría más largo y tedioso de lo que ya es, así que espero que en lugar de afilar su dedo para acribillarme con juicios, el lector sea suficientemente cándido como para ver hacia donde apunto con este ejemplo. Quiero también aclarar que he puesto estos dos ejemplos, por la simple razón de que a otros grupos ya se los ha atacado muchísimo y que me parece curioso que en estos casos el juez es el culpable. Esta no es una crítica a los distintos puntos de vista ni a nadie en concreto, sino a la crónica incapacidad humana de ver que cada uno es culpable de lo que culpa.

Por esta razón es que es muy difícil que funcione un sistema judicial, ya que somos culpables señalando a culpables en un círculo vicioso e infinito. Pero también debo reconocer que no tengo un antídoto ni creo que el antídoto exista, entonces no me molesta que el sistema judicial siga en vigencia, aunque sí se debería tener la conciencia de que no es ni se acerca a una verdad absoluta.
Si es que fuera a tomar parte de una orilla, en este tiempo y espacio, aunque seguramente en otros también, debo decir que el grupo más atacado de hoy en día, la Iglesia Católica, jueza y culpable, al igual que todos los héroes y canallas, es la mayor víctima de esta arbitrariedad y ceguera del hombre. Es muy simple. Para aprovechar de la inexhaustibilidad que nos ofrece este mundo es necesario liberarse de los prejuicios, incluso de los prejuicios de libertad. Y espero también que se vea que este texto va muchísimo más allá de proselitismos o de compromisos, que no es más que un comentario sobre un aspecto de la condición humana del cual todos deberíamos tener consciencia. Todos condenamos la ficción pero vivimos en ella y es imposible que esto cambie, así que mi mayor pretensión con este texto es que tal vez algún lejano lector sonría en complicidad y sepa que escribo no por ser comprometido con ninguna idea, sino porque a pesar de mis previos intentos y alaridos, estoy inevitablemente comprometido con el solo hecho de ser hombre, paupérrimo y contradictorio hombre.

Por Enrique Pallares H.

Monday, May 10, 2010

La Cigarra y la Hormiga (más allá de proselitismos)


A continuación se verá una espeluznante fábula de Jean de La Fontaine, posteriormente una pequeña glosa. Yo, como tú, he sido Cigarra y he sido Hormiga…

Cantó la cigarra durante todo el verano, retozó y descansó, y se ufanó de su arte, y al llegar el invierno se encontró sin nada: ni una mosca, ni un gusano.
Fue entonces a llorar su hambre a la hormiga vecina, pidiéndole que le prestara de su grano hasta la llegada de la próxima estación.
-- Te pagaré la deuda con sus intereses; -- le dijo --antes de la cosecha, te doy mi palabra.
Mas la hormiga no es nada generosa, y este es su menor defecto. Y le preguntó a la cigarra:
-- ¿ Qué hacías tú cuando el tiempo era cálido y bello ?
-- Cantaba noche y día libremente -- respondió la despreocupada cigarra.
-- ¿ Conque cantabas ? ¡ Me gusta tu frescura ! Pues entonces ponte ahora a bailar, amiga mía.
No pases tu tiempo dedicado sólo al placer. Trabaja, y guarda de tu cosecha para los momentos de escasez.


Esta es una de las fábulas más desgarradoras jamás escritas. Seguramente es por la relevancia que tiene en el mundo del siglo XXI, por la tangibilidad con la que se exponen tales valores y por la reverencia que se les hace. Seguramente es la aterradora plausibilidad con la que su resonancia invade nuestras horas.

No es sólo que el comportamiento de la hormiga sea demasiado frecuente, sino que se fomenta y se condecora en los cánones de la sociedad. Este es, ni más ni menos, el valor que preside el código de comportamiento de la persona moderna, o pos-moderna, o contemporánea, o pos-contemporánea (en realidad ya no se qué otro cartel podemos colgarnos alrededor del cuello), o Plus ultra parece ser la denominación más adecuada. Sí, creo que Plus Ultra es un término cuya arrogancia es capaz de equiparar la soberbia actual, así podremos también sentirnos, aunque no totalmente inmortales, ampliamente extra-temporales. Para muchos esto será nada más que un disparate, un berrinche o una obviedad (y algo tiene de cada uno, aunque menos de lo que parece a simple vista). Muchos pensarán: “¡Que exageración!” o “¡Que redundancia romántica!” o “En verdad no tengo Yo por qué hacerme responsable del iluso y haragán vecino que no aprende de la experiencia colectiva. Ninguno de nosotros tiene por qué ser el ángel guardián de la Cigarra, que tras generaciones de cigarras que han perecido en la inclemencia del invierno, frente al portal del inclemente hormiguero, no entiende que debe formar parte de la metódica maquinaria del mundo.” Estoy muy de acuerdo con el extremo Darwinismo que presenta este planteamiento. Cada individuo debe ser responsable de sí mismo. Es como son las cosas en la cadena alimenticia… Así es la realidad y la política. Y al final el arte es absolutamente inútil, ya que, aunque no tengamos nada de la nobleza animal, somos nada más que animales políticos. Ninguna situación es accidental. Cada segundo que pasa con el abrupto movimiento de la manecilla del reloj es una ocasión para tomar una decisión. ¡Y debe pagar la Cigarra por su ligereza! Es que este mundo, nos guste o no, se rige bajo la estricta ley de la selva.

Sin embargo, hay algo en el comportamiento de la Hormiga que me eriza el alma y me revuelve el estómago, algo que me quita el sueño en noches de perversa vigilia en que disfruto del invierno desde el interior de una habitación con calefacción central. Es la imagen de esa hormiga, siempre escondida detrás de la puerta en el fugaz verano, espiando a la Cigarra mientras se hincha de envidia. Es esa Hormiga que durante todos los días de sol suda y sueña en el día que vendrá la Cigarra a su puerta a implorar abrigo. Para que al mirar a su vecina indefensa sin ni siquiera los vestigios de su veraniega sonrisa, poder, con su añeja envidia, tomar venganza de nunca haber cantado. Hay algo totalmente antropomórfico en su comportamiento, una premeditación que sólo he visto en seres humanos. Hay un morbo en la proyección del sufrimiento ajeno, en aquel arrogante y tan humano sentimiento de que poseemos la autoridad para ser jueces y dictar veredictos como si nunca hubiéramos sido Hormigas o Cigarras.